Change language

lunes, 28 de julio de 2014

Recordar, damas y caballeros, recordar.

Innumerables veces se encuentra uno remitiéndose a los antiguos momentos, imágenes, sensaciones de la filosofía más estética de los pensamientos.
Uno se halla recordando.
Y es en esas ensoñaciones donde la mente más se aleja del cuerpo para envolverse en la neblina del pretérito. Así fue un día, en el que tomé tres materiales (cada uno regalado por una persona del pasado) y me lancé al más recóndito trabajo de la remembranza; múltiples imágenes acudieron a mi mente mientras la tristeza, de gris traje, tomó su sitio en la mesa para conversar.
Somos lo que somos por nuestros recuerdos. Nuestras experiencias forjaron nuestro carácter, nuestra pura identidad.
El recuerdo nos transporta al mundo de las sensaciones a flor de piel, nos arroja en una espesa niebla de la que solo salimos cuando dejamos de recordar. Acordarse, invariablemente, exige que el objeto de nuestro recuerdo ya no ocupe el presente y se halle íntegro en un tiempo viejo, por lo que no podemos vivir nuestras vidas o nuestro tiempo si estamos recordando; por eso no es bueno vivir de recuerdos, pero sí lo es el recordar, ocasionalmente, los sucesos que nos formaron o a los que debemos nuestros sentimientos profundos.

Un respiro.

Tales son las alegrías del recuerdo, que aún siendo dolorosas nuestras remembranzas, decidimos sentarnos a caer en la nonchalance de perder la noción del tiempo, de la realidad, para dejarnos ir en sus laberintos más entreverados, sin saber cuando saldremos de ahí.
Leí en alguna parte que el antagónico del recuerdo, es decir, el olvido, es una parte esencial del desarrollo de la mente humana, pues si la gente fuese incapaz de olvidar, sus mentes no evolucionarían. Es necesario olvidar para crecer.
A pesar de este aparente axioma, la dulzura del recuerdo es un vicio que podemos permitirnos sin mayores consecuencias, un deleite tan magnífico como hermoso.

Recordemos, damas y caballeros, recordemos. Recordemos los tiempos que nos ayudaron a crecer. No ignoremos que siempre llegará un tiempo en el que las nuevas sensaciones nos harán olvidar las anteriores, y eso se llamará crecer.
¡Donde andarán, queridos míos, donde andarán!

No hay comentarios:

Publicar un comentario