Me enamoro cada día de las melodías que ensambla la calle con su vaivén de automóviles y personajes apurados; encuentro placer en el ir y venir de un árbol mecido por el viento, como un péndulo o un saludo.
Y sonrío sin miedo de morir, respirando cada día del aire desvelado que arrastra los recuerdos de algún transeúnte, que seguramente olvidó cómo volver a su hogar.