aparece un espejo
hecho de agua,
y refleja mi tierra.
Tierra que despertó, sacudida,
temblaban montes calmos,
y volaban en estrepitosa marcha,
grandes bocanadas de fuego.
Fuego que despertaba para gritar,
para llamarte, pero sólo había silencio.
Él consumía todo a su paso, dejándolo todo,
a merced del viento.
El viento era surcando por aves viejas,
que esquivaban escombros y suciedad.
Se dirigían todas juntas hacia atrás,
batiendo fuerte sus alas, hacia una fuente.
En aquella fuente, generosa y cristalina,
manaba el agua de la ciénaga, y del espejo.
Todo es pasado, toda herida es su embajadora,
pero magnos el tiempo y el agua,
que poco a poco, termina con todo.
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