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martes, 27 de mayo de 2014

Aquí el charco, allá el desierto (Vertiente alegórica de percepción sociológica)

Resulta de las coincidencias la reacción de un vecino de la ampliamente conocida localidad asentada en ese tan bienhallado país, decidió cierto día pararse frente a la puerta de su casa, más precisamente en la vía pública, y comenzar a cuestionarse el por qué de todo lo que lo rodeaba.
Algunos, desde el momento que comenzó, lo veían como un genio cuya mente sobrehumana había conocido los bordes del desquicio, y otros simplemente, como un loco sin nada mejor que hacer.
El caso es que pasaban los días y nuestro excelentísimo hombre no dejaba de preguntarse por qué pasaba lo que pasaba y por qué las cosas eran así y por qué se preguntaba cosas. A menudo detenía a los transeúntes que pasaban por allí y comenzaba a cuestionarlos, en una suerte de investigación policial, que a menudo derivaba en la impaciencia violenta o el ataque de nervios del (des)afortunado que se topaba con tan prominente maestro filósofo.
Transcurridas dos semanas de esta revelación, el buen vecino lucía ya un semblante deteriorado por el tiempo que no hacía más que estar ahí parado. Los demás habitantes que lo veían a menudo se preguntaban como hacía para sobrevivir sin comer ni dormir, pues bien, su esposa procurole un suero que disponía en su brazo todas las noches mientras, -según relató un vándalo curioso- dormía profundamente de pie y con los ojos abiertos.
Fue cierto domingo, que tras una copiosa lluvia típica de verano, debido a las irregularidades de la vereda en la que se encontraba, se formó un charco bajo su pierna derecha -que se encontraba en una depresión del terreno- y su pierna derecha, todo estaba más que seco. Esto lo asombró en demasía.
-¡Aquí el charco, a mi derecha. Mas aquí el desierto, a mi izquierda! ¡Kneel before your Lord and almighty!
De esta forma, satisfacido al fin, palmeó con gusto sus manos, y al entrar otra vez en su casa, se fue a dormir. 

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