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sábado, 27 de julio de 2013

Lizette y Luxcet

De pronto me hallé sumergido dentro de una vida devastadora y cruel, en el ardid de mi juventud, sufriendo los desvarios de una mente delirante. Ser invisible era doloroso, incluso dejar de existir para aquellos a quienes amaste.
Pero algo en mi mente cambió, como una madurez que cuan filo de acero rasga y da muerte a la tierna inocencia que solo buscaba ser feliz: Un niño en mí había muerto con el frío de la vida real.
Me sentía infranqueable, y por alguna razón, ser invisible no era razón de depresiones, estaba en una vida que pocos conocen, y que nadie ve. Eso me hacía sonreír, mas no por sentirme solo, sino que esa soledad se había arrimado a mí, y ahora, éramos mejores amigos.
Era como un objeto gastado, pero a su vez, orgulloso de su antigüedad y de ser obsoleto. A mi alrededor, ahora sólo existe energía, energía para usar a mi propio modo, pues solo cargo mi propio peso.

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