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sábado, 22 de mayo de 2021

Mundos

Mi corazón se ha roto, y la sangre brotó,
tiñendo suelos y paredes, cielo y aire.
Semejando mi mundo al infierno,
vagué por las salas de los demonios,
visité los cadalsos y torturas, los flamígeros ríos
y las tupidas espinas de los arbustos ponzoñosos.
Me encontré con entes de amargura:
Un súcubo cuyo llanto no le lavaba el cuerpo,
un caminante eternamente perdido,
y un sol que no podía brillar.
Mientras cosía mis heridas, y aplicaba el ungüento,
avanzaba por los prados asaz rojos, rojos por mí,
y sentía tu mirada clavada en mi memoria.
Sentí tu juicio y tu desprecio, bajo la luna oscura.
La sangre finalmente dejó de manar, y lentamente limpie las paredes y los suelos, el cielo y el aire.
De vez en cuando vuelve a salpicar, 
pero yo ya no merodeo en los terrenos rojos,
ya no veo a los entes, ni tu mirada se clava.
Te regalo mi suspiro, y mis ojos cuando se pierden,
te regalo alguna sonrisa indisciplinada,
y alguna que otra mueca de agonía.
Las flores que sembraste no crecieron, pues,
sin mi sangre, no había nada que las pueda alimentar.

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