que debemos ver surcar el cielo,
para recibir la llave de los dioses.
Tan solo dos o tres veces, la luz de Selene
nos tocará el cabello de etérea plata,
y luego pondrá silencio a la orquesta.
Y llegado el momento del abrazo con lo inmenso,
miraremos hacia atrás, ya ciegos y sordos,
pero percibiendo, sólo allí, nuestra propia voz.
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