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lunes, 2 de noviembre de 2020

El epílogo

A estas alturas ya perdí la noción del tiempo. Cada día se me dibuja como semana, y al mirar el calendario, descubro nuevamente que las horas pasan lento.
Dicho esto, no puedo precisar si ya han pasado tres meses, tres semanas o tan solo tres días desde que el filo de la guadaña atravesó mi corazón deshaciendo el hechizo de la bruja. Las heridas cierran, y he ganado la libertad. 
Ahora mismo mi mente está en paz, lentamente los recuerdos desaparecen y el veneno decanta y se elimina de mi sangre. La rehabilitación es exactamente como dijeron que sería, y esta vez estoy comprometido a, de una vez por todas, dejar atrás el ominoso destino de los falsos ángeles que abracé con fervor.
No juzgaré ni me juzgaré a mí mismo. He dado con pensar que todos somos responsables de nuestro destino, y ahora las heridas físicas y psicológicas que supuran uniendo sus bordes son nada más que los jeroglíficos con los que la sabiduría queda inscrita en mi piel y en mi mente. 
A veces es necesario cerrar el alma y el cuerpo, ocultarse como la flor durante la noche, regenerando en el secreto de sus pétalos su vitalidad y belleza para, cuando salga al fin el sol, volver a brillar. 

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