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viernes, 12 de junio de 2015

Pequeña narración sobre los días soleados

Todo comienza abriendo la puerta, aunque es tal vez, el paso más difícil que enfrenta cualquier hijo de la noche.
Luego de eso, viene el encandilamiento, esa etapa fugaz de horror y perdición que nos hace reformular la necesidad que tuvimos de haber abierto la puerta en primer lugar. Entonces, quienes nos imponemos y no nos doblegamos ante el brillo efebo de la alborada, llegamos al estadío de equilibrio cósmico-terrenal. (lo cual suena algo altanero ¿Nos imponemos realmente? ¿O se trata de alguna extraña resignación, efecto de la infundada certeza de una adaptación futura?)
Al salir al sol con los ojos abiertos, comenzamos a mirar atrás, a nuestra vida en las penumbras del firmamento que dominan las estrellas, y no podemos sino encontrar amargos y dulces momentos que asaltan nuestra memoria, atraídos al presente por el humo del ensueño matutino.
Tarde o temprano, a la vez que se va descondensando ese humo, retomamos la vista del horizonte, donde el nuevo sol se está levantando para recibirnos. Alegría.

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