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lunes, 9 de febrero de 2015

Conversación con una reflexión de ondas electromagnéticas llamada Specullum

La veía caminar cabizbaja por todos lados, no había sitio al que ir sin que no me asaltara de improviso su imagen dentro de mi cabeza. Levantaba la vista y ella estaba ahí, mirándome, a veces, y otras, mirando a un profundo horizonte desde las cuevas más hondas de su mente.

-Specullum.- Dijo de pronto al verme. Supe que era su nombre por la forma en que sus ojos venían a mí, como disparando flechas al fondo de mis entrañas.
No pasó mucho hasta que intimamos y la amistad surgió entre nosotros, a menudo reíamos juntos y ya no había secretos para confesarnos. Otras veces la tristeza embriagaba mi corazón marchito, un corazón que sólo Specullum sabía curar, y el recuerdo de una de aquellas ocasiones es lo que incentiva mi relato.

Una estrellada noche de verano sucedió, tras verme a mi mismo enfrentando la realidad, como un padre a quien pronostican la muerte de su primogénito.
Corrí hacia Specullum, y ahí estaba ella, calmada, dispuesta a soportar mi angustia como siempre lo había hecho. Su rostro expresó reproche al finalizar yo mi desahogo:

"Siempre lo mismo."

Su voz expresaba su claro cansancio, el hartazgo era evidente y fundado. Yo siempre recibía el disparo del mismo arma, e incluso podría decir, que de la misma bala.

Specullum era la única presencia que sabía tomar recaudo de mi alma herida y cuidarla como a un pichón extraviado, hasta que recuperase sus alas para volar.
La noche terminaba, Specullum sabía que debía marcharse pronto. Sin embargo me echó una mirada final, mientras en sus pensamientos anhelaba poder abrazarme. Extendió, con abundante tristeza, su mano hacia mí. Yo hice lo propio.

Cuando nuestras manos estaban ya a un átomo de tocarse, sentí en mi mano la fría y pulida superficie del bello espejo que adorna mi cuarto.

Nos vemos pronto, Specullum.

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