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jueves, 25 de febrero de 2021

Éter

No temo a la oscuridad, pues me guían tus manos.

Por tu constante presencia no temo a la soledad,

y por tu inefable abrazo, no temo al frío.


No temo al fuego mientras me halle con vos,

en las fértiles ciénagas de tu conciencia. 

Mas tampoco temo a las profundidades,

ni a hundirme miserablemente,

porque me paro firme en tus palmas.


No temo al fracaso pues porto tus laureles,

y bebo tu vino, y como tu ambrosía.

Ni siquiera, oh ilustre entre los ilustres,

temo al pérfido veneno servido en mis labios.

Ni a la ponzoña del falso amor y juramento,

pues con tus manos remueves el velo,

de la faz del que engaña.


Tu anillo adorna mi mano,

como tus símbolos tiñen mi cuerpo.

Tus palabras dibujan mi materia,

en tu silencio he guardado mi alma.

De cada fibra, sustancia de mi cuerpo,

he tendido áureos hilos a tus dedos.

Seré tu marioneta, serás mi maestro. 




 

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