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lunes, 19 de octubre de 2015

Desvarío de cuarto menguante.

Cuántas noches como ésta, querido lugar, has tenido que presenciar. 
Rincón puro de mi alma, guarida de mis miedos, alojo de mis preguntas. He recurrido tantas a veces a recostarme en tu vacío dispuesto a llenarlo, tantas veces mereciéndote oídos para las palabras que no puedo decir, creyéndote ojos para ver las heridas que no puedo lucir y pensándote brazos que no me pueden abrazar.
Hoy no es distinto, vengo a verter lágrimas hechas del material del espíritu. Propias emanaciones del cerebro.
Aquel fuego que me consume con la frecuencia de un latido, que me abrasa hasta reducir a cenizas la perseverancia de mi voluntad, se presentó hoy frente a mí y me ofreció morir. Rápido, sin contemplaciones, me obsequió con desaparecer de mi vida sigilosamente y evitando las despedidas. 
Fuego, llama ardiente y cruel, tu partida es la partida de un amigo, es el adiós de un némesis, alguien que no puedo suplantar. 
Tal vez esto nos enseñe que el dolor es necesario. No habrá alas que pueda forjar con martillos de algodón, eso ya lo sabía. El fuego no puede marcharse, no aún, hasta que los días no vuelvan a las noches que vendrán. 

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