No llevaba paraguas, estaba mojada y tenía frío, lo noté por la forma en que temblaba y por sus labios azulados, le dí mi abrigo y me senté a su lado. Su mirada se desvió de la mía cuando me aventuré a verla, era más hermosa de lo que había imaginado, sus pestañas mojadas por la lluvia creaban una atmósfera profunda cuando la luz atravesaba su mirada de ojos pardos.
Tenía miedo... Y quizás yo también lo tenía, no quería herirla. Su fragilidad era asombrosa, y tal vez por eso se ocultaba tras un manto de dureza, pero aquella tarde, estaba frágil... Frágil y celestial.
Entonces la abracé, y mis brazos sintieron los suyos mientras ganaban calor, y era un calor especial dado el lucro que nuestra unión era para nosotros. Sonrió, y yo reí levemente. De repente el parque era nuestro mundo y nosotros sus únicos habitantes, luego, sólo el banco donde nos sentábamos existía, y tras un tiempo, sólo nosotros.
Comencé a besarla mientras nuestros ojos se cerraban en el abismo más profundo del amor contenido, como una previa presentación, aunque sabíamos que sólo era el broche de oro para nuestras vidas, todo estaba por terminar, pero nunca habíamos disfrutado tanto el comienzo.
No conté las horas, en mi desvarío, nunca cuento las horas. Pero habrán pasado dos, o tres cuando una daga se asomó celosa de su bolsillo, y esgrimida por su dueña, atravesó mi corazón en un festival sanguinolento de Enero, sonreí a pesar del dolor, pero no soporté sus lágrimas. No quería hacerlo, lo noté, pero era importante para mí terminar con el sufrimiento que el mundo terrenal me brindaba a diario como un cóctel gratis y desinteresado, sobraba y no podía seguir. Ella lloraba desconsolada, pero había cumplido mi sueño, quería morir junto al único fragmento de felicidad que me quedaba, quería terminar junto a ella.
Tras unos días, unos oficiales encontraron nuestros cuerpos abrazados bajo la capa de la noche, la sangre imitaba a un lago a nuestro alrededor, y nosotros éramos sus criaturas, juntas por la eternidad, hasta encontrarnos en el cielo de los desesperados.
Tras unos días, unos oficiales encontraron nuestros cuerpos abrazados bajo la capa de la noche, la sangre imitaba a un lago a nuestro alrededor, y nosotros éramos sus criaturas, juntas por la eternidad, hasta encontrarnos en el cielo de los desesperados.
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